Diversos estudios han demostrado que durante el confinamiento el nivel de ansiedad ha sido el triple de intenso que en condiciones normales, lo que acelera el deterioro de la salud provocando inflamaciones diversas. Estas inflamaciones son tanto un desencadenante como un acelerador de la degeneración celular.
El verdadero problema causado por la COVID-19 no es sólo el alto nivel de estrés y la inflamación que causa, sino su permanencia en el tiempo, lo que provoca una aceleración grave del proceso celular degenerativo que se evidencia desde el ámbito puramente estético hasta complicaciones más graves no perceptibles inicialmente como pueden ser el aumento de la fatiga y del estrés oxidativo y el deterioro de la función cognitiva, lo que aumentan las posibilidades de sufrir enfermedades crónicas.
Aunque ahora mismo hemos vuelto a una mejor situación, todavía no estamos en plena forma “El desajuste físico debido al sedentarismo y la inactividad propias del confinamiento pueden provocar síntomas de fatiga, cansancio, apatía…”, comenta el doctor José Luis Marín, Presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia. La incertidumbre laboral, los estados de ansiedad y el miedo, son sentimientos que siguen latentes tras el confinamiento y que, según el Dr. Marín “no se pueden prevenir, son respuestas absolutamente normales en este tipo de situaciones. Podemos estar mejor preparados para afrontarlas, física y psíquicamente, pero no podremos evitarlas”.